La historia de los hermanos Gómez.
Por Martín Kobse
Cuando Jordán se enteró de que yo estaba a punto de reunir mis cuentos en un libro, me dijo que él tenía una historia para contarme. Intentaré transcribirla de la manera más fiel posible, sin dejar de advertir que pueda ceder a la tentación de agregar pormenores u omitir las que, sospecho, son exageraciones de mi amigo ajedrecista. Jordán había sido el profesor de ajedrez de los hermanos Gómez, cuando ellos empezaron a jugar en torneos infantiles, hace más de treinta años. En la primera clase, recordaba Jordán, los Gómez demostraron conocer cuál era el movimiento correcto de las piezas y el reglamento del juego. Entonces, les planteó, debían dedicarse a trabajar en el diseño de un plan. El menor de los Gómez preguntó qué era un plan. Jordán dice que ambos quedaron perplejos cuando escucharon su respuesta: El plan es despejar el camino para que tus piezas lleguen a la guarida del rey. Y empezó a explicar su frase moviendo las piezas sobre el tablero.
Jugaban bien los Gómez; no había quién les ganara. En la escuela a la que asistían los habían designado para que la representaran en los torneos intercolegiales. En el club donde tomaban las clases sobre medio juego, cálculos tácticos y finales, a veces ganaba uno, a veces el otro. Carlos tenía tres años más que Sergio, una diferencia que en la niñez es mucho mayor que en la adultez. Por eso, cuando el ganador era el menor, Carlos no podía disimular su fastidio, quizá su vergüenza. En los torneos que animaban, jugaban en distintas categorías, en las que cada uno solía terminar en primer lugar. Hasta que un día los hermanos Gómez participaron de un torneo no dividido en categorías, en el que llegaron a la última jornada liderando la competencia, igualados en puntos.
El menor de los Gómez, Sergio, se enfermó y murió poco tiempo después de haber perdido esa final, una tarde en la que muchos ajedrecistas de primera categoría se acercaron a ver la partida. El otro, Carlos, no volvió a jugar durante mucho tiempo. Los más memoriosos arriesgan que estuvo 15 años sin mover una pieza; otros hablan de 14 o 16 años. Pero lo que nunca dejó de hacer Carlos Gómez durante esos años fue ir todas las tardes al club de ajedrez. Se sentaba frente a un tablero armado y observaba las piezas en silencio, sin siquiera mover un peón. Nadie lo molestaba. La mayoría sabía que Carlos no quería jugar; pero, de vez en cuando, algún desprevenido se acercaba a su mesa y se ofrecía infructuosamente como adversario. Con el tiempo, en el club empezaron a llamarlo el loco Gómez.
La tarde de aquella final, el menor de los Gómez sacó ventaja en la apertura y la consolidó en el desarrollo del medio juego. Con ventaja de dos peones y una posición claramente ganadora, Sergio se perfilaba como el ganador de esa partida y del torneo. La angustia del mayor de los hermanos era evidente: sus ojos vidriosos, fijos en el tablero, no perdían de vista la cantidad de cabezas que seguían el juego desde cerca. De repente, el menor, Sergio Gómez, cometió un error de principiante. Ni bien hizo el movimiento fallido, se llevó una mano a la frente y movió la cabeza en señal de haber advertido su equívoco. Carlos aprovechó esa circunstancia, revirtió su posición desfavorable y se impuso en un final de torres y peones. Después de la partida, durante la premiación, alguien murmuró que Sergio se había dejado ganar.
Después de 14, 15 o 16 años, una tarde, Carlos Gómez abandonó su parálisis frente al tablero. Comenzó a mover las piezas, las blancas de su adversario y las negras de su lado. De a poco, quienes estaban en el club comenzaron a acercarse a la mesa del mayor de los Gómez. Todos notaron la supremacía de las blancas; entonces Carlos levantó la vista y repitió el movimiento fallido de su hermano. Ven lo que hizo, dijo. Se dejó ganar para no humillarme, agregó. Y yo aproveché esa jugada (Carlos mostró el movimiento que había hecho en aquella ocasión). Debí hacer esto, anunció. Y movió un peón, eludiendo aprovechar la concesión de su hermano menor. Luego continuó la partida con las movidas que se presentaban lógicas. Rápidamente, Sergio obtuvo la victoria. Ahora sí, masculló Carlos Gómez. Se paró, desarmó la partida y preguntó si alguien quería jugar con él.
Jordán completó esta historia con la referencia al tiempo que el mayor de los Gómez lleva sin perder ni una sola partida en el club de ajedrez.